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LA PRIMERA PALABRA ESCRITA

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  Recuerdo a doña Marcela, la que fue mi primera maestra. Recuerdo algunas de sus clases, cómo dibujaba las letras, cómo las pronunciaba para que nosotros asociáramos su grafía al sonido. Se tomaba su tiempo, no tenía prisa. Insistía hasta asegurarse de que aprendíamos correctamente cada una de las letras. « Es crucial para saber leer y para escribir » , nos decía. « Ésta son dos montañitas juntas » , y a la vez perfilaba en la pizarra la letra M. « Aquí tenemos un vaso del derecho y luego uno del revés » , y así nos dibujaba la U y la N. « Luego está el caracol que sube por la pared » , para referirse a la D. « Y al final haré un sol » , y redondeaba una O. Nos miraba sonriendo, expectante, y al cabo de unos segundos nos decía: « Ahora lo leeremos todo junto, pues todo junto ha formado una palabra. Con esta palabra tenéis el MUNDO » . Y recordando ese momento ahora, cuando los años y la vida nos moldean, me pregunto si fue casualidad que esta palabra, MUNDO, fuera, de entre ...

EL ZORRO DOMESTICADO

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    Como siempre que hago limpieza y reordeno un armario a fondo encuentro algo que, sabiendo que está, a veces echaba de menos. Hoy ha sido este libro, venido a mí como regalo en mi época de incipiente adolescencia de manos del que fue mi primer coqueteo serio y el que más huella —y eso lo indican las estadísticas y parece ser cierto— dejó en mi alma.         Lo abro, lo acaricio, sonrío ante sus ilustraciones, paso las páginas por esta obra que, en aquel año que lo descubrí, mientras me convertía en una mujercita, me emocionó. Era uno de esos libros que sabes —si no se haya en tu poder— que existe, porque te hablan de él, y desde ese instante ya empiezas a quererlo, a desear tenerlo para descubrir lo que cuenta y llenarte con cada uno de sus párrafos, tal es el aura que lo acompaña. En mi caso cumplió su objetivo, y más aún en aquella edad donde el amor se vive demasiado intensamente y quien te lo ofrece, envuelto en un papel de seda co...

EL HIJO DEL APÓSTOL

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  No podía fallar. Y no era cuestión de tener suerte, sino pericia. Debía golpear la bola blanca en el punto exacto y con la fuerza apropiada para que ésta se deslizase por el tapete, haciendo entremedias un giro extraño e inusual, hasta chocar con la otra bola, su oponente, y ésta a su vez con una tercera para obligarla irremediablemente a entrar en el hoyo. Si lo ejecutaba correctamente: ganaría la partida de billar y la enorme suma —una pila de billetes que aguardaban sobre la barra del bar estrechamente vigilados por el camarero— que le solucionaría con creces su problema más inminente. Si erraba: estaba perdido. El dinero, que por su parte él había puesto en juego y que esa mañana había sacado del banco —todos sus ahorros— para entregarlo al día siguiente ante notario con intención de saldar su deuda y evitar el embargo de su casa, se esfumaría, y con ello su forma de vida actual. «¿En qué diablos estaba pensando para apostarlo y arriesgarlo de esta manera?», se reprochó sin...

EL HÉROE DE INVIERNO

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  Se acerca el invierno. ¿Dónde he escuchado eso antes?... Qué más me da mientras caigo a plomo por un descuido mío, lo confieso, o por creerme seguro y a buen recaudo en el alféizar de una ventana de un treceavo piso en la que pasaba la noche, gélida y fría —todo hay que decirlo—, resguardadito en un rincón y atrincherado por macetas tiesas y tan mustias como yo, escarabajo altanero e intrépido donde los hay, superviviente como pocos o casi ninguno ante estos inviernos crueles y desfasados de esta región que se ha vuelto inhóspita, y que iba de sobrado ante mis congéneres alardeando de un poderío ficticio y chulesco que en realidad no tengo. Pero ¿quién iba a imaginarse esto?... El bobalicón de mi primo hermano me aseguró que él, que lo había probado en contadas ocasiones y con óptimos resultados, consideraba que lo más cauto para nuestra especie, y así mantenernos lo más lejos posible de los pajarillos ansiosos por engullir nuestras carnes prietas, era hospedarnos y pernoctar en ...