* BOLAS
Rebusco en la despensa, en la balda de arriba, donde
se guardan en cajas de cartón las añoranzas de épocas pasadas. Entre la que
contiene los dibujos de los hijos de cuando eran pequeños y la que conserva las
cartas de amor del que fue mi difunto marido está la que quiero.
La llevo a la mesa del comedor, me
siento y la destapo. Esta Navidad, aunque la pasaré sola, he decidido que tengo
el ánimo y las fuerzas necesarias para ver lo que contiene.
Saco una, de entre las demás, y le
quito el papel de seda que la ha protegido durante décadas. La pongo sobre la
mesa y rueda.
Cuido de que no se caiga. Es una bola
de cristal de las que ya no se hacen, del siglo pasado, artesanal, la favorita
de mi padre, la que él ponía en el árbol.
La siguiente es la rosa cuajada de
piedrecitas que emulan diamantes. Otra rareza antigua, la preferida de mi
madre, también la mía cuando era niña.
Las he guardado todo este tiempo
porque creía que verlas me dolería. Y, en cambio, sonrío. Y me sorprendo a mí
misma. Confieso que con los ojos a puntito de lágrimas, pero son de alegría, de
emoción, de recuerdos, de sensaciones, de abrazos que incluso noto ahora..., de
amor.
Hay más bolas. Antes todas tenían su
dueño. La azul era la de mi hermano Luis. Ya no está con nosotros, pero su bola
sí, y la pondré.
Voy sacando una, otra y otra más. No
hay dos iguales. Las llevo en una cesta hasta mi árbol desnudo.
Las colgaré, una a una, pensando en
ese instante de quiénes fueron sus predilectas. Así todos ellos estarán conmigo
en este año que acaba, en este año que empieza.
FIN