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LA CARTA PÓSTUMA

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El sobre se deslizó de entre las páginas del libro que ella había escogido de la estantería del salón de su casa. Aquel ejemplar de « Cumbres borrascosas » había sido el último de los regalos de su marido pocas semanas antes de que la enfermedad de él se agravase hasta causarle la muerte. Hasta hoy la viuda no se había atrevido a tomarlo entre sus manos para leerlo. No imaginaba que fuera portador de toda una declaración de amor…

GENIO Y FIGURA

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         Galileo escogió el mejor de sus atuendos. Quería causar una buena impresión ante el Tribunal de la Inquisición que le había convocado para esa misma mañana. Se sentía algo inquieto. No porque se creyera culpable, sino a causa de que no estaba seguro de hacer comprender a esa parva de hombres, que iban a juzgarle, de que sus ideas —por las que se veía cuestionado y señalado— eran las correctas y no una herejía como así apuntaban los rumores que le habían llevado ante tan grave situación. Si no se andaba con cuidado, podría acabar en la hoguera. En cuanto llegó y se puso frente al escuadrón que dirimiría si era o no inocente, supo al instante que no tendría ninguna posibilidad. A sabiendas de que sus elucubraciones y teorías eran ciertas, ese hatajo de ignorantes emperifollados que le escudriñaban desde sus acomodadas posiciones para juzgarle, ya lo habían sentenciado antes de siquiera poder defenderse y exponer sus argumentos. No había nada que hacer. ...

EL EFECTO MARIPOSA

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La mariposa abanicó sus alas llevada por el impulso de comprobar por sí misma el efecto que lleva su nombre. «¿Qué tendría que hacer para que éste sucediera? ¿Sólo volar?...», pensó el lepidóptero. Una chica la observaba danzar entre las flores. —Es una Heliconius charithonia —dijo un muchacho acercándose—, aunque también se la conoce como mariposa cebra. —Nunca había visto una igual —aseguró ella—, es preciosa. —Las hay más bonitas. —¿Seguro? —inquirió, dudosa—.  Permíteme discrepar. En ese momento se miraron a los ojos. La sonrisa de ambos afloró instantáneamente. Tendrían el resto de sus vidas para debatirlo .

EL SUERTUDO

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  Era cuestión de tiempo. Lo esperaba. Los otros clanes tramaban derrocarme del consejo, a mí, a Jake el suertudo. Hoy el apodo me ha venido grande. «Jake, arregla el maldito escalón. Un día va a pasar algo», dijo mi santa. Y ha pasado. Oí ruidos. Alguien entró. Quise escapar, pero caí al tropezar en la escalera que va abajo. No puedo moverme. Las piernas, rotas. Arriba está él: Tini, el pestañas. Ríe. Lleva su cuchillo de los encargos. ¿Cuántos hizo para mí?... Hoy yo soy su asunto. Baja. Increíble. ¡Qué suerte tengo! También tropieza. Cae. Su cráneo, contra la pared. Se muere mientras yo sigo vivo.  FIN

BOLAS

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    Rebusco en la despensa, en la balda de arriba, donde se guardan en cajas de cartón las añoranzas de épocas pasadas. Entre la que contiene los dibujos de los hijos de cuando eran pequeños y la que conserva las cartas de amor del que fue mi difunto marido está la que quiero. La llevo a la mesa del comedor, me siento y la destapo. Esta Navidad, aunque la pasaré sola, he decidido que tengo el ánimo y las fuerzas necesarias para ver lo que contiene. Saco una, de entre las demás, y le quito el papel de seda que la ha protegido durante décadas. La pongo sobre la mesa y rueda. Cuido de que no se caiga. Es una bola de cristal de las que ya no se hacen, del siglo pasado, artesanal, la favorita de mi padre, la que él ponía en el árbol. La siguiente es la rosa cuajada de piedrecitas que emulan diamantes. Otra rareza antigua, la preferida de mi madre, también la mía cuando era niña. Las he guardado todo este tiempo porque creía que verlas me dolería. Y, en cambio, sonrío. Y m...

CORAZÓN

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   Contemplo sus ojos. Son grandes, almendrados, ligeramente rasgados, enmarcados con oscuras y tupidas pestañas. Curiosamente, en todo este tiempo que hemos convivido juntos, y que ha sido cerca del lustro, me ha resultado imposible concretar su color, y ahora que los tengo enfrente me ocurre lo mismo. Eso es porque son ambiguos o porque me engañan o porque mienten. A veces afirmaría que son grises, a veces verde azulados, del tono del mar helado que me ahoga. Podría mirarlos el resto de mi vida, sumergirme en sus hipnóticas aguas, hundirme hasta tocar el fondo arenoso y permanecer varada en ese abismo durante cientos de siglos. Por esa razón, precisamente por ello, hoy, esta tarde, no puedo sucumbir ante ésta que es mi debilidad y debo mantenerme alerta y severa conmigo misma. Él ha venido a la cita, como no podía ser de otro modo, para tomar el café, aderezado con una copiosa montañita de nata montada, que solemos pedir en este local, que ya es nuestro local, donde la vetus...

LA PRIMERA PALABRA ESCRITA

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  Recuerdo a doña Marcela, la que fue mi primera maestra. Recuerdo algunas de sus clases, cómo dibujaba las letras, cómo las pronunciaba para que nosotros asociáramos su grafía al sonido. Se tomaba su tiempo, no tenía prisa. Insistía hasta asegurarse de que aprendíamos correctamente cada una de las letras. « Es crucial para saber leer y para escribir » , nos decía. « Ésta son dos montañitas juntas » , y a la vez perfilaba en la pizarra la letra M. « Aquí tenemos un vaso del derecho y luego uno del revés » , y así nos dibujaba la U y la N. « Luego está el caracol que sube por la pared » , para referirse a la D. « Y al final haré un sol » , y redondeaba una O. Nos miraba sonriendo, expectante, y al cabo de unos segundos nos decía: « Ahora lo leeremos todo junto, pues todo junto ha formado una palabra. Con esta palabra tenéis el MUNDO » . Y recordando ese momento ahora, cuando los años y la vida nos moldean, me pregunto si fue casualidad que esta palabra, MUNDO, fuera, de entre ...

EL ZORRO DOMESTICADO

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    Como siempre que hago limpieza y reordeno un armario a fondo encuentro algo que, sabiendo que está, a veces echaba de menos. Hoy ha sido este libro, venido a mí como regalo en mi época de incipiente adolescencia de manos del que fue mi primer coqueteo serio y el que más huella —y eso lo indican las estadísticas y parece ser cierto— dejó en mi alma.         Lo abro, lo acaricio, sonrío ante sus ilustraciones, paso las páginas por esta obra que, en aquel año que lo descubrí, mientras me convertía en una mujercita, me emocionó. Era uno de esos libros que sabes —si no se haya en tu poder— que existe, porque te hablan de él, y desde ese instante ya empiezas a quererlo, a desear tenerlo para descubrir lo que cuenta y llenarte con cada uno de sus párrafos, tal es el aura que lo acompaña. En mi caso cumplió su objetivo, y más aún en aquella edad donde el amor se vive demasiado intensamente y quien te lo ofrece, envuelto en un papel de seda co...