MI NAVIDAD
Soy pobre. No es algo que yo, deliberadamente, haya elegido. Mis errores del pasado, mi mala cabeza o la triste fortuna me han llevado a este punto.
Vivo en la calle. La mayor parte del tiempo me la
paso a la entrada de unos grandes almacenes, sentado sobre un grueso trozo de
cartón que me aísla del frío y de la humedad de la acera.
Sé de sobra lo que debo parecer. Un guiñapo. Así me
lo hacen sentir todos aquellos que pasan por delante y me miran de reojo a la
par que entran o salen del centro comercial. Ahora, que es tiempo de
celebraciones, las luces y las guirnaldas, colocadas en escaparates y avenidas, invitan a dejarse llevar por la ilusión y no por un pobre hombre pidiendo
limosna que es lo que en verdad soy. Pero yo no he escogido esta forma de vida.
Las cosas han derivado a esta situación sin retorno. Uno no nace con la
intención de ser un mendigo, sino todo lo contrario.
Me he puesto encima toda la ropa vieja que he
encontrado tirada dentro de un carromato de basura. Hay algunas que están rotas,
deshilachadas o agujereadas. No hago remilgos. La necesito para soportar las
gélidas temperaturas estando como estoy a la intemperie.
Sé, aunque no tenga calendario a mano, que hoy es
Nochebuena. Recuerdo, cuando era niño, cómo también nosotros, en casa, poníamos
los adornos en el árbol y recibíamos los regalos unos días después. ¡Qué buenos
tiempos aquellos!
Soy consciente de que épocas como aquellas no volverán. Hay una desesperanza anclada en lo más profundo de mí por saberme que de esta situación no se sale.
Cuando las familias estén reunidas en sus
hogares, celebrando esta cena especial, mi única preocupación radicará en dónde
hoy pasaré la noche y si el frío nocturno, que promete ser muy intenso, me
dejará seguir vivo mañana, en Navidad.
FIN