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BOLAS

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    Rebusco en la despensa, en la balda de arriba, donde se guardan en cajas de cartón las añoranzas de épocas pasadas. Entre la que contiene los dibujos de los hijos de cuando eran pequeños y la que conserva las cartas de amor del que fue mi difunto marido está la que quiero. La llevo a la mesa del comedor, me siento y la destapo. Esta Navidad, aunque la pasaré sola, he decidido que tengo el ánimo y las fuerzas necesarias para ver lo que contiene. Saco una, de entre las demás, y le quito el papel de seda que la ha protegido durante décadas. La pongo sobre la mesa y rueda. Cuido de que no se caiga. Es una bola de cristal de las que ya no se hacen, del siglo pasado, artesanal, la favorita de mi padre, la que él ponía en el árbol. La siguiente es la rosa cuajada de piedrecitas que emulan diamantes. Otra rareza antigua, la preferida de mi madre, también la mía cuando era niña. Las he guardado todo este tiempo porque creía que verlas me dolería. Y, en cambio, sonrío. Y m...

MI NAVIDAD

  Soy pobre. No es algo que yo, deliberadamente, haya elegido. Mis errores del pasado, mi mala cabeza o la triste fortuna me han llevado a este punto. Vivo en la calle. La mayor parte del tiempo me la paso a la entrada de unos grandes almacenes, sentado sobre un grueso trozo de cartón que me aísla del frío y de la humedad de la acera. Sé de sobra lo que debo parecer. Un guiñapo. Así me lo hacen sentir todos aquellos que pasan por delante y me miran de reojo a la par que entran o salen del centro comercial. Ahora, que es tiempo de celebraciones, las luces y las guirnaldas, colocadas en escaparates y avenidas, invitan a dejarse llevar por la ilusión y no por un pobre hombre pidiendo limosna que es lo que en verdad soy. Pero yo no he escogido esta forma de vida. Las cosas han derivado a esta situación sin retorno. Uno no nace con la intención de ser un mendigo, sino todo lo contrario. Me he puesto encima toda la ropa vieja que he encontrado tirada dentro de un carromato de basur...

MADRE

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Aleteó vigorosamente para sentir la brisa discurriendo entre el plumaje. Sería la primera vez que se fundiría con el cielo, el que mamá gorrión le prometiera. Era hora de lanzarse fuera del hogar para iniciar una vida más independiente acorde a su estrenada madurez. Ella observaba desde una rama adyacente. Ya había sido testigo de cómo uno de los tres pajarillos, que habían salido adelante tras quebrar el cascarón, surcaba el firmamento en compañía de papá gorrión. Ahora era el turno del segundo. ­           —Mira, hermano —dijo con sorna y fanfarronería el joven gorrión listo para el despegue – , ¡qué fuerte y qué hermoso soy! En cambio tú, tan esmirriado... El polluelo al que iban dirigidas esas burlas se aplastó contra el nido sin responder. Estaba demasiado debilitado para levantar la cabeza. Menudo y escuálido, al que prácticamente le había resultado tarea imposible competir por el alimento con los otros dos vástagos cada vez que m...

LA CARTA PÓSTUMA

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El sobre se deslizó de entre las páginas del libro que ella había escogido de la estantería del salón de su casa. Aquel ejemplar de « Cumbres borrascosas » había sido el último de los regalos de su marido pocas semanas antes de que la enfermedad de él se agravase hasta causarle la muerte. Hasta hoy la viuda no se había atrevido a tomarlo entre sus manos para leerlo. No imaginaba que fuera portador de toda una declaración de amor…

GENIO Y FIGURA

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         Galileo escogió el mejor de sus atuendos. Quería causar una buena impresión ante el Tribunal de la Inquisición que le había convocado para esa misma mañana. Se sentía algo inquieto. No porque se creyera culpable, sino a causa de que no estaba seguro de hacer comprender a esa parva de hombres, que iban a juzgarle, de que sus ideas —por las que se veía cuestionado y señalado— eran las correctas y no una herejía como así apuntaban los rumores que le habían llevado ante tan grave situación. Si no se andaba con cuidado, podría acabar en la hoguera. En cuanto llegó y se puso frente al escuadrón que dirimiría si era o no inocente, supo al instante que no tendría ninguna posibilidad. A sabiendas de que sus elucubraciones y teorías eran ciertas, ese hatajo de ignorantes emperifollados que le escudriñaban desde sus acomodadas posiciones para juzgarle, ya lo habían sentenciado antes de siquiera poder defenderse y exponer sus argumentos. No había nada que hacer. ...

EL EFECTO MARIPOSA

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La mariposa abanicó sus alas llevada por el impulso de comprobar por sí misma el efecto que lleva su nombre. «¿Qué tendría que hacer para que éste sucediera? ¿Sólo volar?...», pensó el lepidóptero. Una chica la observaba danzar entre las flores. —Es una Heliconius charithonia —dijo un muchacho acercándose—, aunque también se la conoce como mariposa cebra. —Nunca había visto una igual —aseguró ella—, es preciosa. —Las hay más bonitas. —¿Seguro? —inquirió, dudosa—.  Permíteme discrepar. En ese momento se miraron a los ojos. La sonrisa de ambos afloró instantáneamente. Tendrían el resto de sus vidas para debatirlo .

EL SUERTUDO

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  Era cuestión de tiempo. Lo esperaba. Los otros clanes tramaban derrocarme del consejo, a mí, a Jake el suertudo. Hoy el apodo me ha venido grande. «Jake, arregla el maldito escalón. Un día va a pasar algo», dijo mi santa. Y ha pasado. Oí ruidos. Alguien entró. Quise escapar, pero caí al tropezar en la escalera que va abajo. No puedo moverme. Las piernas, rotas. Arriba está él: Tini, el pestañas. Ríe. Lleva su cuchillo de los encargos. ¿Cuántos hizo para mí?... Hoy yo soy su asunto. Baja. Increíble. ¡Qué suerte tengo! También tropieza. Cae. Su cráneo, contra la pared. Se muere mientras yo sigo vivo.  FIN

CORAZÓN

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   Contemplo sus ojos. Son grandes, almendrados, ligeramente rasgados, enmarcados con oscuras y tupidas pestañas. Curiosamente, en todo este tiempo que hemos convivido juntos, y que ha sido cerca del lustro, me ha resultado imposible concretar su color, y ahora que los tengo enfrente me ocurre lo mismo. Eso es porque son ambiguos o porque me engañan o porque mienten. A veces afirmaría que son grises, a veces verde azulados, del tono del mar helado que me ahoga. Podría mirarlos el resto de mi vida, sumergirme en sus hipnóticas aguas, hundirme hasta tocar el fondo arenoso y permanecer varada en ese abismo durante cientos de siglos. Por esa razón, precisamente por ello, hoy, esta tarde, no puedo sucumbir ante ésta que es mi debilidad y debo mantenerme alerta y severa conmigo misma. Él ha venido a la cita, como no podía ser de otro modo, para tomar el café, aderezado con una copiosa montañita de nata montada, que solemos pedir en este local, que ya es nuestro local, donde la vetus...